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miércoles, 14 de mayo de 2014

¿Qué pasó con los huesos de héroes? - QUO mx



¿Qué pasó con los huesos de héroes? - QUO mx



¿Qué pasó con los huesos de héroes?
¿Son o no son los restos de los insurgentes? Te contamos la historia.


Por: Angélica Vázquez del Mercado / Fuente: Especial Historia de México QUO
Sábado 15 de septiembre de 2012
nires que han padecido las osamentas de nuestras figuras heroicas.

Los cuatro cráneos fueron bajados, sin mayor ceremonia, de las esquinas de la Alhóndiga de Granaditas, donde habían permanecido un poco más de una década: desde su arribo en 1812, hasta ese día de 1821. Debió ser un espectáculo grotesco hasta para los habitantes de la ciudad, acostumbrados a la presencia inanimada de las cabezas de los insurgentes.

Lo que habían sido los rostros de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Juan Aldama y Mariano Jiménez no era más que huesos cubiertos de alimañas, en jaulas cochambrosas. Ausentes de sus cuerpos, que permanecían enterrados en el cementerio de Chihuahua –el de Hidalgo estaba en el Convento de San Francisco de esa misma ciudad–, fueron llevados a la iglesia de San Sebastián, en Guanajuato.

La primera búsqueda de los restos a la catedral

En 1823, los primeros caudillos del movimiento de independencia de 1810 fueron declarados beneméritos de la Patria en grado heroico. A modo de desagravio, se ordenó exhumar y reunir los restos de los héroes para ser trasladados a la Ciudad de México; fueron resguardados en la Catedral. Sin embargo, llegaron incompletos: de Aldama no se logró recuperar el cuerpo, por encontrarse revuelto entre otros huesos; peor aún, en un croquis que se levantó para ubicar los restos de los caudillos, no se menciona ni el cráneo.

Por el mismo decreto de 1823, también arribaron a la capital mexicana los huesos de los otros insurgentes considerados héroes nacionales: la osamenta de José María Morelos y Pavón, fusilado como traidor (por la espalda y de rodillas), llegó de su tumba en la capilla de San Cristóbal Ecatepec a la villa de Guadalupe, donde se reunió con los cuatro próceres de la primera insurgencia y siguió su camino a la Catedral metropolitana. Los restos debían estar completos, debido a que Félix María Calleja concedió que no se separara la cabeza del cuerpo: bastante había sufrido el caudillo en la prisión y su arrepentimiento, así como la degradación eclesiástica.

De la autenticidad de los restos de Mariano Matamoros hay muchas sombras todavía. Murió en Valladolid, actual Morelia, y el cuerpo se exhumó de la capilla del Convento de San Francisco. Si bien entre los restos se encontraba parte de la vestimenta, como el cuello clerical y el pantalón, se había trabajado en el lugar donde algunos testigos “recordaban” su ubicación. Los huesos se llevaron a la Catedral donde permanecieron olvidados hasta 1911.

En 1817 murieron Pedro Moreno, en acción, y el español Xavier Mina, quien fue fusilado. Al primero le cortaron la cabeza para enviarla como escarmiento público a su terruño, a Lagos; el cuerpo fue enterrado en la Hacienda de la Tlachiquera. Por un tiempo se pensó y se difundió que el cráneo que se encuentra en las urnas de el Ángel de la Independencia con la “M” marcada era de Moreno y no de Morelos. Hay rumores de que el cráneo de Moreno se enterró, secretamente, en el Convento de la Merced en Lagos (hoy se le conoce como Lagos de Moreno).

A Xavier Mina, por otro lado, se le enterró en el lugar donde fue fusilado, en el Cerro del Bellaco; el cuerpo se exhumó completo y está registrado como tal en las urnas de la Columna de la Independencia.

Finalmente, los cuerpos no recuperados en el multicitado año de 1823 fueron: Leonardo y Miguel Bravo, Hermenegildo Galeana y Mariano Abasolo. Se dice que el cuerpo de Leonardo fue enterrado en el cementerio de la Santa Veracruz; sin embargo, no existe certeza de ello, según las últimas investigaciones. Miguel murió en Puebla. El problema fue que el templo donde se le dio sepultura pasó por una remodelación que provocó la inhumación de los restos de todos los muertos para ubicarlos en otro patio, por lo que resultó imposible encontrar los de Miguel Bravo.

Abasolo murió en Cádiz y se desconoce su paradero. Galeana falleció al tratar de salvar la vida, ya que era perseguido por el ejército realista; le dieron el tiro de gracia y su cabeza se exhibió para el escarnio público. Nunca se supo dónde quedaron ambas partes del cuerpo.

El 17 de septiembre de 1823, las reliquias de estos héroes fueron entregadas a la Catedral metropolitana, en una ceremonia solemne, como no se había visto en mucho tiempo. La procesión encargada del traslado “llevaba en el centro un catafalco que contenía la urna donde depositaron las cenizas separadas por láminas de plata que decían los respectivos nombres y que estaba ‘ricamente adornada toda de cristales’, para que ‘los preciosos restos de sus libertadores’ pudieran ser vistos por el público.

La segunda oleada de independentistas

A esa primera camada de reliquias de héroes de la lucha de Independencia siguió la de aquellos valientes que murieron después de 1823. No es que sus acciones hubieran sido menos heroicas que las de los anteriores, solo que no se habían muerto al ritmo de los tambores de guerra decimonónica.

Tal era el caso de Vicente Guerrero, uno de los protagonistas de la Guerra de Independencia, muerto a traición en las playas de Huatulco y sepultado en Cuilapan, cerca de la ciudad de Oaxaca, en 1831. Tres años después, el cuerpo fue exhumado a petición de sus familiares y, al ser rescatado, se desarticuló. Los restos permanecieron un tiempo en el Convento de Santo Domingo, Oaxaca, hasta que, en 1842, sufrieron otro movimiento hasta la Ciudad de México; esa vez, al templo de Loreto. Dos décadas después fue llevado al panteón de San Fernando; ahí se consignó la existencia de 102 huesos de ese esqueleto que debió pertenecer a Guerrero.

Nicolás Bravo murió en 1854 y fue sepultado en Chilpancingo; su exhumación se verificó en 1903 y la identidad se confirmó en 1912. En 1923 se exhumó lo que quedó de Guadalupe Victoria en su tumba de Perote, Veracruz. Los restos fueron llevados a la Rotonda de los Hombres Ilustres y, en 1925, los movieron al ángel de la Independencia. Solo faltaba recuperar los restos de Leona Vicario y Andrés Quintana Roo. Los restos de ella fueron exhumados, junto con los de su hija; los de Quintana Roo se encontraron ennegrecidos por el agua que anegó su féretro.

Héroes laicos al Ángel de la Independencia

En 1925, el presidente Plutarco Elías Calles tomó la decisión de convertir la Columna de la Independencia en el Altar a la Patria, con el féretro de los héroes insurgentes. No obstante, la ceremonia apenas tuvo mención en los documentos oficiales. Para entonces, ya se sabía que, en el caso de los restos guardados en la Catedral, el descuido había sido evidente. En 1850, Lucas Alamán pidió su revisión solo para constatar que aquello era un desorden.

En 1893, un grupo de periodistas dio fe de que habían visto “seis cráneos encima de una confusión de huesos”. Un par de años más adelante, los restos fueron removidos a la capilla de los virreyes, momento en que volvió a quedar en evidencia la “revoltura” y la falta de cualquier tipo de protección, aunque fuera contra las alimañas.

Todo indica que la intención de Calles era arrebatar del seno de la Iglesia católica los restos de los héroes para convertirlos en reliquias laicas, fortalecer el nacionalismo y el ser republicano tan necesario en esos momentos –próximos a la Cristiada–, y como un guiño de protagonismo que el Jefe Máximo no pudo evitar: colocó una tarjeta con su firma en la urna con los restos del cura don Miguel Hidalgo.

El caso es que a partir de 1925, se supone que en el Ángel de la Independencia descansan los restos de 12 próceres: Hidalgo, Allende, Aldama, Jiménez, Morelos, Matamoros, Mina (sic), Guerrero, Victoria, Bravo, Vicario y Quintana Roo. Así fue hasta que llegó el segundo centenario de la Independencia.

Bicentenario de la Independencia, pretexto para analizar restos

El domingo 30 de mayo de 2010, tras la solemnísima ceremonia de luto encabezada por el presidente de México, los restos fueron sustraídos de la Columna de la Independencia y llevados al Castillo de Chapultepec del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), para ser analizados, limpiados, clasificados y preparados para exhibirse al público en el espacio especialmente preparado en el Palacio Nacional, dentro de la exposición conmemorativa “200 años: La patria en construcción”.

Las autoridades encargadas de las conmemoraciones de 2010 y de la exhumación y traslado de los restos, declararon que el acto tenía tres objetivos fundamentales: rendir tributo, homenajear la obra y el legado, así como estudiar los restos “para darles un lugar de reposo más ordenado que como estaban en el siglo XIX, verificar que estén en buen estado de conservación, ordenarlos porque podría haber algunas revolturas, inventariarlos”.

Algunos historiadores han hecho esfuerzos por develar el misterio de los restos patrióticos. Hay que destacar el trabajo reciente de la historiadora María del Carmen Vázquez Mantecón, del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, y de Carmen Saucedo, del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México. Su labor ha sido importante para el entendimiento de este periodo histórico. Sin duda, aquí cabe otra interrogante más, entre las muchas que esta historia ha arrojado:, ¿alguien renegaría de su patria si se enterara de que, quizá, en el Ángel no descansan los restos de Hidalgo?

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