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viernes, 8 de agosto de 2014

Cuernos de mujer



Cuernos de mujer



Cuernos de mujer
Publicado por Lola Clavero
| 8 Agosto, 2014




Los cuernos son gala y ornato de la mujer elegante. De ello se hacen eco los ecos de sociedad como ecos que son: “Chota Cachocuernos acudió al evento, impecable como siempre, luciendo un vestido cóctel color champán, complementos de la firma Cabra & Sola y, como tocado, unos deliciosos maxicuernos, que han sido la principal tendencia del verano”.

La cornamenta es un detalle de buen tono en las señoras de sangre azul, un gaje del oficio. De una reina que lleva los cuernos con señorío, se dirá que es una gran profesional, de la que no los tolere se dirá, en cambio, que está tan loca como Juana de Castilla. Más loca aún por protestar por los cuernos en el remoto siglo XVI, cuando la infidelidad de los maridos entraba dentro de sus derechos fundamentales y mucho más si era Rey.

Si Juana la Loca, en vez de reina hubiese sido rey, podría haber mandado decapitar a Felipe el Hermoso al uso de Enrique VIII quien también en el siglo XVI, sin ser sospechoso de locura, hizo rodar por adúlteras las cabezas de dos de sus esposas; Ana Bolena y su prima, Catalina Howard.

Las cosas no cambiaron mucho al pasar de los siglos, la princesa Diana de Gales podría haber envejecido tranquila si no hubiese denunciado sus cuernos ante las cámaras de la BBC como si eso fuese una cuestión de estado. Y la cuestión fue que murió en un trágico y oscuro accidente de coche a los 36 años. Una mujer real ha de sufrir los cuernos en silencio como las almorranas. Formar un escándalo al respecto es vulgar y muy arriesgado.

De las ilustres mujeres cornudas, he oído hablar mucho y bien, de los hombres cornudos no tanto. Un cornudo es en lo más grave, un cabrón y en lo más suave, un capullo. En realidad, los hombres en castellano nunca son insultados por sí mismos, si no por la ligereza de sus mujeres. Lo peor después de ser un cabrón, es ser un hijo de puta.

En definitiva, la fogosidad de la mujer perjudica a la propia mujer y sus circundantes, mientras que la fogosidad del hombre satisface a la reputación de dicho hombre, a las mujeres ajenas y a la propia, si tiene luces. Ser una mujer cornuda no es una deshonra, sino un orgullo para la susodicha esposa. Eso significa que tiene un marido machote del que presumir. Una cuestión que no sólo se elogia en los más rancios círculos familiares, sino también en los más abiertos ambientes de la progresía. Asunción Balaguer era elogiada por su tolerancia a los cuernos abundantes que le ponía su esposo, el actor Paco Rabal y ahora leo lo mismo sobre Mercedes, la mujer de Gabriel García Márquez. Si Gabo se ponía gallito con las chicas, ella hacía la vista gorda como se supone que tienen que hacer las mujeres de una pieza. Ahora la historia la saluda con lisonjas y beneplácito. Muy de otra forma, sería si las infidelidades procediesen de Mercedes y la tolerancia del autor colombiano. La historia no hubiese podido permitir que Mercedes hubiese hecho cornudo a Gabo y que Gabo lo consintiese. Pero sí que Vargas Llosa le diera un trompazo a Gabo porque, según hipótesis, García Márquez le quisiese levantar a su mujer, Patricia. El honor es cosa de hombres, lo que tienen que tener las mujeres es paciencia.

Oigo decir que a un curso de la UCM en memoria del escritor Francisco Umbral, ha acudido su esposa, España Suárez, para defender que su esposo no era misógino, sino que, por el contrario, le gustaban muchísimo las mujeres. Desde luego, debía saber de lo que hablaba. No quedaría bonito con lo patriota que era ese hombre, decir que le puso los cuernos a España, pero los datos indican que así fue. Admirable mujer por lo tanto.

Pero no hay que fiarse de todas las cornudas y sí que distinguir entre la cornuda altruista y la cornuda alevosa e interesada. La mujer con clase concibe los cuernos por los cuernos como el parnasiano el arte por el arte sin exigir mayor compensación a cambio. Condición que no se da en la advenediza mujer yanqui, de idiosincrasia vulgar, que nunca podrá competir en caché con el rancio abolengo de las damas europeas. Ahí tienen, como ejemplo, a Hillary Clinton, cornuda proverbial donde las haya por la desenfrenada y pública afición del expresidente al refocile en lecho ajeno. Además de la Lewinsky, Bill se despachó a placer con casi toda señora que se le puso por delante –o incluso por detrás-, según leo en un reportaje que, en realidad, me importa un cuerno.

Hillary hubiese igualado en clase a Jacqueline Kennedy, de haberse limitado al estoicismo, sin embargo, ella se empeña en pasar factura y pedir una y otra vez la presidencia de los EEUU. Su tolerancia a los cuernos sólo ha demostrado que tiene una cabeza muy dura, lo que se dice una cabeza de peso. Tal vez ya va siendo hora de darle una oportunidad.

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