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viernes, 21 de marzo de 2014

Las lecciones y herencia del IFE, en la visión de Woldenberg






Las lecciones y herencia del IFE, en la visión de Woldenberg.

Jose Woldenberg presentó la conferencia magistral 'El IFE y su contribución a la democracia', en el marco del foro '23 años de historia democrática del IFE'.FOTO:Cuartoscuro

José Woldenberg, quien presidió el Instituto Federal Electoral (IFE) de 1997 al año 2003 cuando por primera vez contó con autonomía, enlistó las lecciones y la herencia que en 23 años de existencia deja este organismo que desaparecerá una vez que entre en funciones el Instituto Nacional Electoral (INE).

El especialista, quien este jueves ofreció una conferencia magistral en el marco del foro "23 años de historia democrática del IFE", destacó que la institución que ayudó a crear tuvo desde sus inicios "la tarea fundamental de construir confianza en las elecciones", lo cual consiguió a través de la innovación. Y enumeró algunas de estas medidas:

Credencial con fotografía, listas nominales de electores con fotografía, insaculación y capacitación a funcionarios de casilla, programas de educación cívica, votaciones para niños, uso de tinta indeleble, fiscalización a las finanzas de los partidos, política internacional, mamparas, boletas en papel seguridad foliadas por municipio, monitoreo de noticiarios, lineamientos para la cobertura de las campañas en radio y televisión, administración de los “tiempos del Estado”, Programa de Resultados Electorales Preliminares, conteos rápidos, metodologías para encuestas, Servicio Civil de Carrera.

"Sé que he enunciado programas e iniciativas de muy diverso calado, pero lo hago sólo para ilustrar mi dicho: El IFE es o fue una institución que nunca se cansó de innovar", resaltó en su exposición, titulada "El IFE y su contribución a la democracia".

El consejero electoral en el lapso 1997-2003 consideró que los niveles de votación y la alternancia en los poderes Legislativo y Ejecutivo a nivel local y federal son resultados a los que el IFE contribuyó en este periodo de existencia.

Woldenberg enfatizó que el legado que deja el IFE se refleja en la transición de un régimen "autoritario" de partido único, en el pasado, a uno de pluralidad de partidos y auténtica competencia electoral, como el actual.

"Hay quien dice, con un dejo de desprecio, que se trató meramente de una transformación electoral. Quien eso afirma, no entiende la centralidad de las elecciones, ya no digamos en los sistemas democráticos, sino en la vida política toda, porque en el momento en que México contó con un sistema plural de partidos y con elecciones auténticas, todo el engranaje constitucional democrático se puso en acción.

"Transitamos de una Presidencia de la República omnipotente, a una presidencia acotada; de un Congreso subordinado a la voluntad presidencial, a un Congreso que se mueve por una dinámica propia alimentada por un equilibrio de fuerzas novedoso; de un centralismo arraigado, a un federalismo todavía contrahecho pero auténtico", explicó ante los asistentes al evento realizado en las instalaciones del IFE.

El exfuncionario electoral confió en que el INE preserve los principios rectores del IFE: certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad.

A continuación te presentamos el texto íntegro de la conferencia que el doctor Woldenberg dictó este miércoles:

***

Quiero agradecer la invitación a Marco Antonio Baños, Lorenzo Córdova, María Marván y Benito Nacif, a quienes aprecio y respeto.

Valoro, y mucho, lo que han realizado en tiempos difíciles y plagados de incomprensión. Tengo sentimientos encontrados al comparecer el día de hoy ante ustedes, pero por supuesto que de eso no hablaré.

Gracias a todos ustedes por su presencia.

En 1990 se funda el IFE, su nacimiento no se puede explicar sin lo que había sucedido en el terreno electoral dos años antes. En 1988 México vivió unas elecciones realmente competidas.

No obstante, ni las instituciones ni las normas ni los operadores políticos estaban capacitados para procesar de manera limpia los resultados.

Puede decirse, como en los malos chistes, que aquella jornada tuvimos como país dos noticias una buena y una mala. La buena: Que la sociedad mexicana, su diversidad política e ideológica, había forjado referentes partidistas implantados y competitivos, que esa sociedad no cabía más bajo el manto de un solo partido, una sola ideología, una sola organización.

La mala: Que los órganos electorales existentes no sólo resultaban parciales, sino que eran incapaces de ofrecer garantías de integridad y transparencia no sólo a los competidores, sino a la sociedad toda.

Por eso, desde su fundación la tarea fundamental del IFE fue la de construir confianza en el único método que ha inventado la humanidad para que una comunidad masiva, compleja y contradictoria, como lo es México, pueda expresarse, recrearse, competir y convivir de manera institucional y pacífica: Las elecciones.

Se contaba ya entonces con un piso común nada despreciable. Todas las corrientes políticas medianamente significativas aceptaban, y aceptan que la única vía legítima para ocupar los cargos Ejecutivos y Legislativos, es la vía electoral.

La reforma de 1977 ya había abierto las puertas para que corrientes políticas relevantes, a las cuales se les mantenía artificialmente marginadas del mundo electoral, pudieran pudieran incorporarse a él.

A través del registro condicionado empezaron a aparecer en las boletas diversos partidos: Comunista Mexicano, Demócrata Mexicano, Socialista de los Trabajadores, Revolucionario de los Trabajadores, Social Demócrata, Mexicano de los Trabajadores, Socialista Unificado de México, Mexicano Socialista.

Pero esos nuevos partidos y quienes ya desde antes contaban con registro no debían ni podían conformarse sólo con participar y demandaban, y con razón, garantías de imparcialidad en la conducción de las contiendas.

De hecho, la reforma de 1977 había sido la respuesta estatal a la enorme conflictividad que se vivía en los años ’70 en el país.

Recordemos:

Luego de la paranoica represión al movimiento estudiantil de 1968 se vivieron algunos conflictos en las universidades públicas, una ola nueva de invasiones de tierras, la llamada insurgencia sindical que buscaba democratizar los sindicatos o buscar unos nuevos.

Apareció en México una guerrilla urbana y otra rural, se multiplicaron las publicaciones independientes y los proyectos para fundar nuevos partidos y, sin embargo, en 1976 México asistió a unas elecciones federales en cuya boleta para elegir Presidente de la República aparecía una sola opción, la del licenciado José López Portillo, apoyado por el PRI, el PPS y el PARM.

El PAN, la oposición tradicional no pudo, en su convención, lanzar candidato porque ninguno de los precandidatos logró el 80 por ciento de los votos necesarios como lo estipulaban sus estatutos para convertirse en su abanderado.

El Partido Comunista, aunque postuló al combativo sindicalista Valentín Campa, carecía de registro y por ello los sufragios para su candidato no se computaron.

Total, un desfase absoluto entre el mundo institucional electoral, un mundo de unanimidades y la enorme conflictividad política y social que cruzaba al país.

En buena hora la reforma de 1977 se hizo cargo de esa situación e intentó construir canales de comunicación entre esos dos Méxicos; creo que con esa reforma se inauguró el lento zigzagueante, pero promisorio proceso de transición democrática; un proceso que visto en retrospectiva, logró desconstruir un sistema autoritario y construir una germinal democracia.

En 1989-1990, fechas en las que se diseña el IFE, México ya había asimilado las primeras derivaciones de aquella operación reformadora de ’77; vivía el país una dinámica que se autoalimentaba, partidos cada vez más implantados generaban un incremento en la competitividad y esa competencia incrementaba reforzaba la centralidad de los partidos, pero ambos fenómenos aunados reclamaban que las elecciones fueran limpias y transparentes, que la voluntad popular se respetara.

Entonces, repito, si hubiese que definir en una palabra la misión del Instituto Federal Electoral esa sería: Construir confianza. El IFE tenía y tiene como misión la confianza en las elecciones.

Dado el déficit monumental que en esa materia acarreaba el país, el IFE debía coadyuvar de manera significativa a que los partidos, candidatos, analistas, organizaciones no gubernamentales, medios de comunicación y ciudadanos confiaran en la vía electoral como la fórmula por excelencia, para que la diversidad política que cruza el país pudiera convivir y competir de manera institucional, ordenada y pacífica.

Pero la confianza no se decreta ni se edifica a través de un acto de magia, la confianza, insisto, es una construcción día a día, acuerdo tras acuerdo, resolución tras resolución, resultado tras resultado se va forjando la confianza. Y por supuesto, una mala decisión tiende a erosionar a la misma.

Si la confianza se pudiera dictar, si apareciera de la noche a la mañana, si fuera una aparición, todo sería fácil. No obstante, como se trata de una auténtica cimentación social, su edificación no es sencilla.

México estuvo inmerso en un proceso de transición democrática, el formato casi monopartidista que había ordenado la vida política del país durante largas décadas, fue sustituido por un sistema de partidos que expresan la pluralidad política, ideológica de la sociedad mexicana.

Las elecciones, sin competencia, fueron un expediente del pasado y la competitividad a lo largo de ese trayecto se encontraba a la alta, demandando imparcialidad en los jueces en la contienda y condiciones equitativas para la misma.

El mundo de la representación política dejó de ser monocolor y paulatinamente una diversidad de fuerzas colonizó las instituciones estatales. En ese contexto resultaba necesario, imprescindible una autoridad que de manera inequívoca ofreciera garantías de imparcialidad a todos los contendientes.

Y el objetivo, más allá de ganadores y perdedores circunstanciales, era naturalizar a la vía electoral como la fórmula reconocida por todos para arribar a los cargos de gobierno y legislativos.

Es natural que a los ciudadanos les interese, sobre todo, quiénes son los ganadores, pero a las autoridades electorales les importa, por sobre todas las cosas, que el proceso transcurra de buena manera, sin incidentes mayores, apegado a la legalidad y que al final todas las fuerzas políticas reconozcan los resultados y para alcanzar ese objetivo, todas las áreas del Instituto se han orientado precisamente en esa dirección.

A lo largo de los años aparecieron innumerables novedades, las cuales sirvieron para ratificar que el IFE estaba capacitado para organizar elecciones imparciales y equilibradas, se trató de una etapa en la que muchos eventos se produjeron por primera vez.

Así, en 1997, por primera vez ningún partido político obtuvo mayoría absoluta de diputados en la Cámara y por primera vez se realizaron elecciones para designar al Jefe de Gobierno del Distrito Federal, y como entonces no existían autoridades electorales locales en la capital, se le encomendó al IFE, por única ocasión la organización de esos comicios.

Por primera vez en el año 2000 se produjo la alternancia en el Ejecutivo Federal por la vía electoral y por primera vez en el Senado despareció la mayoría absoluta de un partido político.

Por supuesto, esas nuevas realidades políticas no las construyó el IFE, sino los ciudadanos votando. Pero el IFE demostró que era una autoridad capaz de asimilar cualquier resultado electoral, beneficiara a quien beneficiara.

Esos resultados coadyuvaron a remontar la desconfianza y a construir confianza en el único método que le permite a una sociedad compleja que sus fuerzas políticas compitan de manera institucional.

Luego–también hay que apuntarlo–, agudos y polarizados conflictos post electorales erosionaron la confianza construida. Pero el Instituto jamás dejó de seguir afinando sus rutinas para ofrecer las necesarias garantías de imparcialidad, transparencia y equidad en la contienda.

Para alcanzar la confianza las labores del IFE se sustentaron en valores fundamentales que se encuentran en la propia Constitución y que aquí solamente enuncio, pero que vale la pena recordar ahora que el IFE, en el mejor de los casos, se transformará en el Instituto Nacional Electoral.

Autonomía. Se trata de la capacidad del IFE para tomar sus decisiones a través de sus circuitos internos de deliberación y acuerdo, sin la interferencia de agentes externos.

La autonomía debe preservarse y fortalecerse día a día, no basta con que se encuentre consagrada en la Constitución o la ley. Todas las políticas, todos los programas, todas las decisiones se deben tomar en el IFE.

Cierto, los partidos y el Poder Legislativo tienen representantes en el Instituto y legítimamente pueden y deben abogar por sus intereses, pero es menester que gobiernos y partidos entiendan que los consejeros no son ni deben ser sus correas de transmisión, y que sólo de esa manera el Instituto puede ser capaz de organizar y arbitrar los procesos electorales.

Precisamente porque gobiernos y partidos tienen un enorme poder, precisamente porque entre ellos pueden existir querellas, precisamente porque sus intereses no siempre están alineados, es necesario un arbitraje por encima de sus intereses y pasiones, y ese arbitraje, para ser tal, requiere que se ejerza invariablemente la autonomía.

Legalidad. El ancla fundamental de una autoridad se encuentra en la ley. Ninguna buena voluntad puede estar por encima de las normas.

El apego a la ley sirve para acabar con la posible discrecionalidad en el comportamiento de la autoridad pero, sobre todo, ofrece garantías a los partidos y candidatos de que jamás encontrarán una autoridad caprichosa. La ley es sinónimo de certeza y gracias a ella el IFE contó con un marco para su actuación, sus facultades y límites.

El COFIPE, un Código de Procedimientos, inyectó certeza en los plazos, las resoluciones, las vías para impugnar; fue brújula cierta para el Instituto y para todos los actores, incluyendo los ciudadanos.

Por eso, me preocupan los grados de discrecionalidad con los cuales contará el nuevo Consejo General del Instituto Nacional Electoral. Pero eso, por lo pronto, “es harina de otro costal”.

Imparcialidad. El IFE es un organizador y un árbitro, y por eso debe actuar por encima de los competidores y más allá de sus intereses; y no es o debería ser una vocación difícil, por el contrario, dado que el Instituto tiene la misión de asentar la competencia electoral regulada entre una pluralidad de partidos, debería resultar sencillo, natural, no alinearse a ninguno de ellos.

A los competidores les importa por sobre todo el resultado, al árbitro, el desarrollo correcto de la contienda.

México es la casa común de todos los partidos, de todas las corrientes políticas e ideológicas que la habitan y no hay misión más incluyente y estratégica, que lograr que ellas encuentren un espacio cierto para su convivencia y su competencia.

Los partidos son, por definición, parciales. El IFE, por el contrario, encuentra en su imparcialidad su razón de ser: certeza.

Los partidos y los ciudadanos deben saber que ante situaciones iguales o similares, la autoridad actuará de la misma manera, es decir, que existe un mismo metro para medir la conducta de los partidos, los candidatos, los medios, etcétera.

Esta certeza es imprescindible, porque las elecciones portan consigo una enorme incertidumbre. Grandes constelaciones políticas se despliegan en torno a los partidos y sus candidatos. Y las pasiones que desencadenan no son pocas, se desatan expectativas y ensueños, se anudan intereses y convergencias; se hacen apuestas grandes y ambiciosas.

En una palabra, las contiendas electorales generan tensión, incertidumbre, nerviosismo. En ese marco, la autoridad electoral y la ley deben irradiar certeza y más certeza y esa es la única manera como se logra la confianza.

Por último, objetividad. Más allá de los dimes y diretes de las campañas de opinión, de las acusaciones mutuas, que son connaturales a los procesos electorales, la autoridad debe resolver conforme a elementos objetivos, mensurables, incontrovertibles, hasta donde esto es posible, intentando desterrar los juicios subjetivos, inasibles, nebulosos.

Eso que la Constitución llama objetividad, es la mejor manera de inyectar confianza y creo que esos principios guiaron auténticamente la labor del IFE en todos estos 23 años, que como toda labor humana, por supuesto, está y debe estar sujeta a la crítica.

Lo cierto es que, para los que laboramos o laboran hoy en el IFE, la institución fue y es una casa modelada por la intensidad de los asuntos que están en su agenda, pero es un hogar con un enorme sentido. Reitero, intensa, porque se trabaja en medio de la tensión que es propia a las contiendas electorales, pero con un enorme sentido porque en el IFE, quizá como en ninguna otra institución, se aprende que estamos en buena hora condenados a vivir en y con una pluralidad de opciones, que es donde reside la riqueza del país.

Esa diversidad de diagnósticos y programas, de ideologías e intereses, de sensibilidades y horizontes, es la que colorea el espacio público y a la que el IFE, entre otros, debe ofrecer garantías.

Los añejos y nuevos autoritarismos de todo cuño, ensueñan con homogeneizar lo que es diverso, con alinear lo que es centrífugo, con clausurar y no con ofrecer cauces a la pluralidad.

Pues bien, la misión del IFE se encuentra en las antípodas de esas pulsiones. El Instituto se fundó para que la variedad de opciones políticas que existen en México, puedan pronunciarse, reproducirse, coexistir y rivalizar de manera pública, pacífica e institucional.

En el IFE, muchos de los mecanismos, dispositivas, rutinas y procedimientos electorales, sucedieron por primera vez hasta convertirse en parte de nuestro paisaje.

Quiero recordar algunos de ellos ahora. Gracias al IFE, por primera vez se votó, como ya señalaba el Presidente Benito Nacif, con una credencial con fotografía para una mejor identificación de los votantes.

Gracias al IFE, por primera vez se imprimieron las listas nominales de Electorales con fotografía y se le entregaron a los partidos para que pudieran checar el padrón y en el momento de los comicios a los votantes.

Gracias al IFE, por primera vez se insacularon a los funcionarios de casilla para ofrecer garantías de imparcialidad en la recepción y cómputo de los votos. Se multiplicaron los programas de educación cívica democrática para socializar los valores y principios que la animan.

Se organizaron votaciones para los niños con la finalidad de inculcarles la noción de que son sujetos de derechos.

Se utilizó una tinta indeleble realmente indeleble para evitar que un elector pudiera sufragar dos veces.

Se fiscalizó las finanzas de los partidos para conocer al detalle sus ingresos y sus gastos, para saber si no sobrepasaban los topes de campaña y si sus fuentes de financiamiento eran lícitas.

Se construyó una política internacional digna de tal nombre que nos ayudó a presentarle el sistema electoral al mundo y aprender de lo que sucede en otras latitudes.

Se construyeron mamparas para que a la hora de votar el elector estuviera en absoluta soledad; de tal suerte, que si hubiese sido coaccionado o presionado tuviera garantías de que nadie iba a conocer el sentido de su voto.

Se diseñaron boletas en papel seguridad foliadas en el lomo, con el municipio donde deberían ser utilizadas para evitar su tráfico irresponsable.

Se monitoreó el comportamiento de los noticiarios de radio y televisión y los resultados fueron dados a conocer al público, generando un contexto de exigencia a los medios y tratando de construir condiciones equitativas para la contienda.

Se entregaron lineamientos a los concesionarios de la radio y la televisión, buscando que la cobertura de las campañas fuera equilibrada y objetiva.

Se administraron los llamados “tiempos del Estado” no sólo a nivel federal, sino también en las elecciones locales, cumpliendo con los preceptos legales y logrando un piso de equidad en los medios.

Se puso en pie un Programa de Resultados Electorales Preliminares para que la misma noche de la elección los ciudadanos contaran con información oficial, cierta y desagregada.

Se realizaron conteos rápidos que ayudan a conocer las tendencias finales de la votación y se constituyeron en un referente para otros conteos rápidos.

Se registraron las metodologías de las encuestas y conteos que, realizados por particulares, fueran a darse a conocer para cerrarle el paso a ejercicios fraudulentos en esos terrenos.

Se construyó un mecanismo para hacer accesible y transparente la información pública de los partidos, dado que los mismos son entidades de interés público y los ciudadanos deben tener acceso a lo que en ellos sucede.

Se capacitaron millones de funcionarios de casilla, ciudadanos generosos que comprendieron que realizarían una estratégica tarea para la convivencia civilizada, con la finalidad de garantizar el recuento escrupuloso de los votos.

Se diseñó y organizó un Servicio Civil de Carrera, que es sin duda la columna vertebral del Instituto y tantas otras que por supuesto no voy enumerar para no cansarlos demasiado.

Sé que he enunciado programas e iniciativas de muy diverso calado, pero lo hago sólo para ilustrar mi dicho: El IFE es o fue una institución que nunca se cansó de innovar.

Pero el listado anterior debe servirnos, sobre todo, para una cosa. Si hoy tenemos elecciones competidas, fenómenos de alternancia en todos los niveles, coexistencia de la diversidad política en las instituciones del Estado, ejercicio de libertades, es porque el eslabón fundamental e intransferible de la democracia –las elecciones– se construye en el IFE paso a paso, con imparcialidad, profesionalismo y esmero.

Esa es la herencia del IFE, la de los miles de hombres y mujeres que con su trabajo diario, eficiente y puntual han forjado el principio de una institución que ha servido a México y a su diversidad política.

Ya casi para terminar, quiero decir algo sobre el Servicio Profesional Electoral y todos aquellos que laboran en el Instituto.

A fin de cuentas las instituciones están formadas por hombres y mujeres y ellos son los responsables de su actuación. Desde su diseño inicial se pensó que el IFE debía contar con un Servicio Civil de Carrera, un cuerpo de funcionarios profesionales que garantizaran la eficiencia y la imparcialidad de la autoridad.

Hasta ese entonces, la inmensa mayoría de los funcionarios que trabajaban en la organización de las elecciones eran, permítanme la palabreja “de temporal”, es decir, laboraban en el proceso y luego debían buscar acomodo en alguna otra dependencia.

Pues bien, el gran cambio en el IFE fue que de su fundación en adelante se construyó una carrera profesional dentro del Instituto, se trataba de que los funcionarios fueran leales a la institución y no a algún poder externo. A cambio, la institución les ofrecería una vía para su desarrollo y estabilidad laboral.

Se diseñaron mecanismos de ingreso, de evaluación, de promoción, mecanismos para obtener la permanencia en el trabajo.

En un estatuto se reguló la carrera dentro de la institución y hoy el IFE puede decir con orgullo que su columna vertebral la integran centenas, miles de funcionarios que han probado con su trabajo, dedicación y experiencia que cada uno de los eslabones del proceso electoral está en manos de auténticos conocedores de la materia, no más improvisación, no más incertidumbre, no.

Hombres y mujeres que han probado una y otra vez que en materia de organización, capacitación, registro de electores, gestión de las prerrogativas de los partidos, fiscalización, administración, educación cívica, resultados preliminares, conteo rápido y súmenle ustedes, cuenta con un capital insustituible.

Esos hombres y mujeres, integrantes del Servicio Profesional Electoral y aquellos trabajadores que hacen otras labores, son la mejor y más preciada herencia del IFE.

Espero, sinceramente, que esa herencia sea rescatada, asumida, integrada por el nuevo Instituto Nacional Electoral, porque el país no está como para que en esa materia empecemos de nuevo de cero, cómo sí lo hizo y lo hizo bien el Instituto Federal Electoral.

Además, en los últimos meses la máxima autoridad del Instituto, su Consejo General no ha estado integrado de manera completa y ello ha sido así no por el Instituto. No obstante los cuatro consejeros, rotándose la presidencia junto con el Secretario Ejecutivo, han dado una lección de profesionalismo, templanza y certidumbre.

Hago votos porque esa experiencia tampoco se dilapide y en el INE, que nacerá dentro de poco, se recupere y conjugue con sangre nueva.

Ahora sí termino. He sostenido que México vivió una auténtica transición democrática, pasamos de un sistema de partidos casi único, a un sistema de partidos plural y equilibrado, de elecciones sin competencia a elecciones altamente competidas y de un mundo de la representación habitado por casi una sola fuerza política, a un escenario en el que convive, de manera equilibrada, una pluralidad y organizaciones.

Hay quien dice, con un dejo de desprecio, que se trató meramente de una transformación electoral. Quien eso afirma, no entiende la centralidad de las elecciones, ya no digamos en los sistemas democráticos, sino en la vida política toda, porque en el momento en que México contó con un sistema plural de partidos y con elecciones auténticas, todo el engranaje constitucional democrático se puso en acción.

Transitamos de una Presidencia de la República omnipotente, a una presidencia acotada; de un Congreso subordinado a la voluntad presidencial, a un Congreso que se mueve por una dinámica propia alimentada por un equilibrio de fuerzas novedoso; de un centralismo arraigado, a un federalismo todavía contrahecho pero auténtico.

Y hasta la Suprema Corte que durante décadas jugó un papel más bien secundario en materia política, hoy tiene un papel central cuando desahoga controversias constitucionales o acciones de inconstitucionalidad.

Y para que ello fuera necesario, posible mejor dicho, se requirió de una institución como el IFE, de hecho el IFE nació en los momentos estelares de esa transición, cuando las fuerzas políticas diversas demostraron que no cabían bajo el añejo formato y demandaron imparcialidad y transparencia en las contiendas.

Esa transición fue gradual, se inició lentamente en 77 y como una pequeña bola de nieve al rodar, se convirtió en un auténtico alud. Y ya para 1988, mostró que el México plural que coexistía en la sociedad se expresaba también en las urnas.

En 1990, repito, se creó el IFE y luego de las primeras tres elecciones que organizó y, por supuesto, de la profunda reforma electoral de 1996, pudimos afirmar que concluyó la multicitada transición

A partir de entonces México vive en democracia, una democracia germinal, inestable, compleja, que ha desatado innumerables reclamos y que se reproduce en unas condiciones socioeconómicas, en un océano de desigualdades nada propicias, pero democracia al fin.

Y si no me creen, les ofrezco los siguientes datos que ustedes conocen: Cuando nació el IFE todos los presidentes habían sido de un solo partido. Con el IFE hemos vivido dos alternancias. Cuando nació el IFE el PRI tenía mayoría absoluta en la Cámara de Diputados, hoy en dicha Cámara convive una pluralidad equilibrada y el diálogo, la negociación y el acuerdo, son necesarios.

Cuando nació el IFE la Cámara de Senadores tenía 64 integrantes, 60 eran del PRI y sólo cuatro de la oposición; mientras hoy es un espacio donde se expresa y acuerda una diversidad nivelada de corrientes políticas.

Por supuesto nada de eso lo hizo el IFE, ello es fruto de una ciudadanía que porta sensibilidades, intereses e ideologías distintas. Pero para que eso fuera posible se requirió del Instituto que hoy despedimos.

Repito, México vive en democracia, la transición ha quedado atrás y la democracia requiere de autoridades electorales autónomas, imparciales, apegadas a la legalidad, generadoras de certeza, comprometidas con la objetividad, profesionales, como lo ha sido el IFE.

Que así sea también el INE para bien del país y de la coexistencia civilizada de su diversidad política.

Muchas gracias.

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